Venezuela tiene la deuda pendiente de
construir instituciones. No nos han faltado gobernantes que han querido representar
lo nuevo, el verdadero cambio, la desvinculación con el pasado, en fin, el
inicio de un nuevo proceso. Y en esa justificación por lo nuevo y lo revolucionario,
el mismo gobernante ha buscado, ya sea destruir la obra creada anteriormente, o
estar por encima de lo ya establecido.
De
manera que, es necesario buscar las causas de nuestro desapego por lo
institucional, justamente para proyectar posibles soluciones de cara al futuro;
se trata de conocer nuestra historia para no tropezar dos veces con la misma
piedra.
En este sentido, para tener al menos una idea
(genérica) del porqué de nuestra debilidad institucional, es útil remontarnos
al siglo xix. Precisamente, es necesario aclarar que las consecuencias
políticas generadas de nuestro proceso independentista, van más allá de la
obtención la independencia en 1821. Como bien apunta Ana Teresa Romero (2009), “La realidad es que
fue una guerra como lo son todas, cruel, violenta, irracional, en la que el
peligro no era solamente del enemigo sino del caos. A lo que habría que añadir
que hasta 1820 fue una guerra de exterminio” (p. 26). Obtuvimos la
independencia, sí, pero también
heredamos a una Venezuela devastada.
En aquellas circunstancias, ante la ausencia de contrapeso institucional, y
aunado a la situación general de pobreza existente, comienza a concebirse la
guerra y el caudillismo como única forma
para acceder al poder político.
Así terminó de transcurrir el xix: entre
revoluciones, alzamientos, y caudillismo. Y a pesar que durante ese siglo
también fueron promulgados diversos textos constitucionales, simplemente fueron
un traje a la medida que sirvieron de
instrumentos para justificar la arbitrariedad del caudillo.
En el siglo xx, la institucionalidad siguió
siendo nuestra asignatura pendiente, al menos durante la primera mitad de siglo.
Sin embargo, el inicio del proceso democratizador (1958-1998), también significó, entre otras cosas, el
inicio de una etapa por despersonalizar el poder político y fortalecer las
instituciones democráticas. Se logró -aunque
brevemente-, y durante ese periodo, Venezuela logró importantes avances en términos políticos, económicos, sociales. Sin
embargo, hacia finales del siglo xx, las
mismas instituciones que sirvieron de motor para el desarrollo, por diversas
razones, fueron desmoronándose y nuevamente caímos en una etapa de
inestabilidad social, política y económica.ç
Hoy,
cuando Venezuela atraviesa una profunda crisis institucional, la gran apuesta
debe radicar en el fortalecimiento de sus
instituciones; no sólo para despersonalizar el ejercicio del poder político,
sino también para crear condiciones de desarrollo de forma equitativa.
Durante el período que Venezuela tuvo
instituciones sólidas y confiables, por más breve que haya sido, los signos de
desarrollo y progreso fueron más evidentes respecto a esos largo periodos en el
cual nuestras instituciones sirvieron a intereses personales del gobernante.
O seguimos aferrados a la nostalgia y la
emoción que genera el discurso del caudillo carismático, o apostamos a una nueva forma de hacer
política basado en el respeto de las instituciones. En ambos casos, Venezuela tiene experiencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario