domingo, 24 de marzo de 2013

NUESTRA HISTÓRICA DEBILIDAD INSTITUCIONAL




Venezuela tiene la deuda pendiente de construir instituciones. No nos han faltado gobernantes que han querido representar lo nuevo, el verdadero cambio, la desvinculación con el pasado, en fin, el inicio de un nuevo proceso. Y en esa justificación por lo nuevo y lo revolucionario, el mismo gobernante ha buscado, ya sea destruir la obra creada anteriormente, o estar por encima de lo ya establecido. 


 De manera que, es necesario buscar las causas de nuestro desapego por lo institucional, justamente para proyectar posibles soluciones de cara al futuro; se trata de conocer nuestra historia para no tropezar dos veces con la misma piedra.


En este sentido, para tener al menos una idea (genérica) del porqué de nuestra debilidad institucional, es útil remontarnos al siglo xix. Precisamente, es necesario aclarar que las consecuencias políticas generadas de nuestro proceso independentista, van más allá de la obtención la independencia en 1821. Como bien apunta  Ana Teresa Romero (2009), “La realidad es que fue una guerra como lo son todas, cruel, violenta, irracional, en la que el peligro no era solamente del enemigo sino del caos. A lo que habría que añadir que hasta 1820 fue una guerra de exterminio” (p. 26). Obtuvimos la independencia, sí,  pero también heredamos a una Venezuela devastada.


En aquellas circunstancias,  ante la ausencia de contrapeso institucional, y aunado a la situación general de pobreza existente, comienza a concebirse la guerra y el caudillismo como única  forma para acceder al poder político.


Así terminó de transcurrir el xix: entre revoluciones, alzamientos, y caudillismo. Y a pesar que durante ese siglo también fueron promulgados diversos textos constitucionales, simplemente fueron un traje a la medida  que sirvieron de instrumentos para justificar la arbitrariedad del caudillo.


En el siglo xx, la institucionalidad siguió siendo nuestra asignatura pendiente, al menos durante la primera mitad de siglo. Sin embargo, el inicio del proceso democratizador (1958-1998),  también significó, entre otras cosas, el inicio de una etapa por despersonalizar el poder político y fortalecer las instituciones democráticas.  Se logró -aunque brevemente-, y durante ese periodo, Venezuela logró importantes avances en  términos políticos, económicos, sociales. Sin embargo,  hacia finales del siglo xx, las mismas instituciones que sirvieron de motor para el desarrollo, por diversas razones, fueron desmoronándose y nuevamente caímos en una etapa de inestabilidad social, política y económica.ç


 Hoy, cuando Venezuela atraviesa una profunda crisis institucional, la gran apuesta debe radicar en  el fortalecimiento de sus instituciones; no sólo para despersonalizar el ejercicio del poder político, sino también para crear condiciones de desarrollo de forma equitativa. 


Durante el período que Venezuela tuvo instituciones sólidas y confiables, por más breve que haya sido, los signos de desarrollo y progreso fueron más evidentes respecto a esos largo periodos en el cual nuestras instituciones sirvieron a intereses personales del gobernante.


O seguimos aferrados a la nostalgia y la emoción que genera el discurso del caudillo carismático,  o apostamos a una nueva forma de hacer política basado en el respeto de las instituciones. En ambos casos,  Venezuela tiene experiencia.

INSTITUCIONES=DESARROLLO


Unos de los grandes retos que afrontará Venezuela en los próximos años, será el fortalecimiento de sus instituciones democráticas. Por una razón muy simple: cuando tenemos instituciones democráticas sólidas e independientes, eso se traduce en progreso y bienestar para sus ciudadanos. O dicho de otro modo: no hay desarrollo sin instituciones democráticas fuertes.

 Según el Observatorio Venezolano de la Violencia, para el año 2012, fallecieron en Venezuela 21.692 personas. Igualmente, según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), desde el año 2.002 hasta el 2.013, ha existido una disminución progresiva de empleadores en el sector privado. Y de acuerdo con Transparencia Internacional, Venezuela es el país con el índice de corrupción más elevado en América Latina.

Las cifras mencionadas, reflejan la situación de nuestro país en distintos ámbitos: un país con altos índices de criminalidad, con una disminución progresiva del sector privado para generar empleo, sumado además, a una Administración Pública corrupta.

Asimismo, los datos citados no sólo indican la situación de nuestro país en aspectos  sensibles a la calidad de vida y bienestar del ciudadano (que por sí mismos ya son preocupantes), sino que también demuestran que detrás de esos problemas, también existe una debilidad institucional como causa y consecuencia de los mismos. Es decir, tenemos altas cifras de criminalidad, entre otras causas, por el alto porcentaje de impunidad existente; los altos índices de corrupción evidencia la incapacidad de la Contraloría General para sancionar al funcionario corrupto; y la disminución progresiva de nuestro sector privado, viene acompañado de instituciones  que no fomentan el emprendimiento y condiciones económicas de favorables para el ciudadano.

¿Qué sucede, entonces, cuando la democracia y sus instituciones dejan de velar por uno de sus fines esenciales, como es el de procurar bienestar para sus ciudadanos? ¿Qué pasa cuando el ciudadano comienza a percibir las instituciones democráticas como parte de una dinámica miope y excluyente de sus necesidades? Cuando eso sucede, comienza a generarse en el ciudadano un sentimiento de insatisfacción por las necesidades no cubiertas, y con ello, cuestionamientos y pérdida de confianza hacia la propia democracia, caldo de cultivo para la demagogia y el populismo.

Justamente, entre los años 60 y 80, ese breve período histórico durante el cual Venezuela experimentó importantes avances en materia de desarrollo social y económico, estuvo acompañado de instituciones sólidas e independientes que cumplían cabalmente su rol. Y cuando esas mismas instituciones comenzaron a fallar,-hacia los 80 y hasta nuestros días-, la democracia también comenzó a fallar, lo que  produjo un desmejoramiento progresivo de la calidad de vida del ciudadano, ocasionando numerosas y profundas crisis (políticas, económicas, sociales).

El fortalecimiento de nuestras instituciones se nos presenta como un tema transversal, y  las dificultades que hoy atravesamos en términos sociales y económicos, están asociadas directamente a la debilidad de nuestras instituciones públicas.

Desde el punto de vista institucional, Venezuela está en su nivel más bajo. Y para avanzar juntos como país y sociedad, es necesario promover el fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas. 

 

jueves, 21 de marzo de 2013

EL DISCURSO POLÍTICO DE NUESTRA HISTORIA CIVIL


 El planteamiento de un discurso político sustentado en nuestra historia civil, pudiera darnos luces  de cómo abordar y salir de la crisis política que atravesamos actualmente.

Nuestra historia ha tenido un profundo arraigo en lo militar y lo heroico, sustentado en una historiografía que a lo largo del siglo xix y buena parte del xx, se encargó en la idealización y exaltación de la Venezuela independentista y sus héroes militares, cuya figura más importante, obviamente, es El Libertador, Simón Bolívar.

 En este contexto, nuestra clase política no ha sido  ajena a esta visión de la historia, y el discurso político venezolano, por un lado, ha girado en torno al pensamiento de Bolívar; y por el otro, nuestros dirigentes han buscado la manera de emular al liderazgo mesiánico de nuestros caudillos militares y próceres independentistas…y nosotros, como sociedad, lo hemos aceptado y asumido como parte de nuestra cultura política. Antes y ahora.

Andrés Bello.
Y Justamente, hoy más que nunca, el pensamiento de Bolívar ha servido de justificación para un gobierno corrupto y  abiertamente opuesto a la alternabilidad en el poder (irónicamente, nada más contrario al pensamiento de Bolívar).

Sin embargo, recordemos que también somos la historia de importantes hombres civiles, que sin alzamientos, proezas militares, ni caudillismo, le han dado  a Venezuela numerosos logros. El siglo xix no solamente fue la época de Bolívar y Miranda; también fue la época de Andrés Bello, Simón Rodríguez, José María Vargas, Tomás Lander, Juan German Roscio, Fermin Toro, Cecilio Acosta, y en nuestro siglo xx vivieron venezolanos como Mario Briceño Iragorri, Mariano Picón Salas, Caracciolo Parra Pérez, Rómulo Betancourt.

En tal sentido, plantear el discurso político venezolano sobre la base de nuestra historia civil, implica además, una nueva forma de hacer política: Se nos presenta como un discurso inclusivo y de reconocimiento al aporte realizado por numerosos venezolanos desde su ámbito de desarrollo; que  apela a  la supremacía de las instituciones y el respeto de la ley, en contraposición al culto de la personalidad y al caudillismo; aboga por la obtención del poder político en forma democrática, frente al alzamiento militar y el derramamiento de sangre; y reconoce que la labor de nuestros ciudadanos ocupa un tiempo y espacio determinado,  frente al perenne intento que tenemos de querer vivir  de lo militar y lo grandioso.

Nuestra historia civil, es la historia de logros educativos, culturales, económicos, científicos, en  ingeniería, arquitectura; es una historia amplia, que también alimenta nuestra identidad como venezolanos, forma parte de nuestras raíces,  y como parte de nuestra venezolanidad, debemos hurgar en sus aportes para afrontar la crisis que vivimos actualmente.